El circo del Dr. Lao IV

"El abogado Frank Tull era un hombre que tenía muchas partes artificiales. Los dientes le habían sido hechos especialmente para él y se los había adaptado a su mandíbula un cirujano mediante una intervención quirúrgica. Sus ojos, débiles y estrábicos, veían el mundo a través de lentes bifocales tan distorsionadas que sólo a través de ellas podía ser corregida la propia distorisón de sus ojos para percibir las cosas con corrección. Tenía una placa de plata en el cráneo que cubría un agujero que le habían dejado al extraerle un tumor cerebral. Una de su piernas era de metal y fibra; ocupaba el lugar de aquella otra de carne y hueso que le había dado su madre cuando nació. En su vientre llevaba un aparato que contenía su hernia e impedía que se le salieran los intestinos. Un suspensor impedía que su escroto se columpiara indebidamente. En su brazo izquierdo tenía un cable de platino en lugar del húmero. Una semana sí y otra no iba a la clínica a que e inyectaran salvarsán o mercurio, según lo que le hubieran inyectado en la ocasión anterior para impedir que la spirochaetta pállida ejerciera un poder excesivo sobre su alma. De vez en cuando le aplicaban masajes de próstata y se sometía a profundas irrigaciones para rectificar otro fallo crónico en su maquinaria. Más esporádicamente y para mantener el bueno en correcto funcionamiento, se hacía hinchar su pulmón averiado con gas. En una oreja llevaba un aparato para poder captar mejor los sonidos ordinarios. En el zapato de su pie bueno había una horma para impedir que se volviera plano. Un peluquín cubría la plata de su cráneo. Le habían extirpado las amígdalas y el apéndice, le habían sacado piedras de un riñón y un cáncer de la nariz. Le habian quitado las hemorroides y le habían sacado agua de la rodilla. A veces le tenían que aplicar enemas y otras abrir un agujero en la garganta para que pudiera respirar cuando se le congestionaban los agujeros de la nariz. Llevaba la cabeza erguida gracias a una argolla de acero, ya que se le había roto el cuello. Como miembro de la más fina especie que la vida hubiera producido jamás, no podía truncar una vida de las plantas del campo ni rivalizar con los animales. Como miembro de la sociedad en la que había nacido, era respetado y se cuidaba de que siguiera viviendo, y sobrevivía, sin duda, porque estaba adaptado a ella. Era marido, pero no padre; era esposo, pero no amante. Cuando cien años después de su muerte abrieran su ataúd, todo lo que encontrarían serían cables y metal." (El circo del Dr. Lao, Charles Finney)

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