La historia del Dr. Hulbert (El Golem)

-Historia del doctor Hulbert, jurisconsulto, y de su Regimiento.

»Bien, ¿cómo empezar? Tenía el rostro lleno de verrugas y las piernas torcidas como un dachshund. Hombre joven, no conocía más que el estudio. Un estudio tedioso, que afectaba sus nervios. Se ganaba la vida penosamente dando lecciones y debía afrontar además las necesidades de su madre enferma. Estoy seguro que sólo conocía a través de los libros el aspecto de las praderas verdes, los senderos, las colinas llenas de flores y los bosques. En cuanto al sol que puede filtrarse en las pequeñas y negras calles de Praga, sabéis que no es mucho.

»Aprobó su doctorado de manera brillante, demás está decir, y con el tiempo, se convirtió en célebre jurisconsulto. Tan célebre, que una multitud de gente, jueces y viejos abogados, venían al consultado cuando se encontraban inseguros en alguna cuestión de derecho. Sin embargo, vivía como un mendigo en un cuarto sin luz cuya ventana daba al patio trasero de la iglesia de Tyn, donde estaba la taberna Vzeja Caseta de Peaje, a la que solíamos ir a beber.

»Pasaron los años y en todos los países la reputación del doctor Hulbert, considerado como una lumbrera en su especialidad, se había vuelto proverbial. Jamás se hubiera creído que un hombre como él, que comenzaba a peinar canas y a quien nadie recordaba hablando de algo que no fuera jurisprudencia, fuera accesible a los sentimientos más tiernos. Pero es precisamente en esos corazones cerrados que el deseo arde con mayor fuerza.

»El día que el doctor Hulbert alcanzó el objetivo supremo que se había fijado desde la época de sus estudios, es decir, el día que su majestad el emperador de Viena lo nombró Rector Magnificus de nuestra Universidad, corrió de boca en boca el rumor de que estaba de novio con una joven deslumbrante, de familia pobre pero noble.

»Y en efecto, a partir de ese momento la felicidad pareció alcanzarlo. A pesar de que su matrimonio carecía de hijos, mimaba a su joven esposa con amor y su placer más grande consistía en satisfacer los menores deseos que pudiera leer en los ojos de ella.

»No obstante, en su felicidad no olvidaba, como tantos otros lo hubieran hecho, los sufrimientos de sus semejantes. Se asegura que dijo un día: "Dios ha colmado mis deseos, ha permitido que se convirtiera en realidad la visión que yo veía ante mí como una estrella guía desde los días de mi infancia; Él me ha dado la criatura más exquisita que pisa la tierra. Así pues, quiero, en la medida de mis precarios medios, que una parte de esa felicidad caiga sobre los demás".

»Fue así que decidió tomar a un estudiante pobre consigo, como a un hijo. Probablemente pensaba en el favor que le hubiera significado a él una ayuda semejante en los penosos años de su laboriosa juventud. Pero como suele suceder en el mundo, muchas acciones que parecen buenas y nobles, acarrean las mismas consecuencias que las malditas, porque no somos capaces de distinguir entre las que llevan consigo gérmenes envenenados y las que son saludables. Fue así que el gesto caritativo del doctor Hulbert le valió el más amargo de los tormentos.

»Muy pronto la joven mujer se inflamó de un amor oculto por el estudiante, y una suerte impía quiso que el doctor Hulbert, al regresar inopinadamente a su casa con un ramo de rosas para felicitada en su aniversario, la encontrara en los brazos de aquel a quien había favorecido…

»Se dice que la flor azul de la genciana puede perder para siempre su color si la luz pálida y sulfurosa de un relámpago que anuncia una tormenta de granizo cae sobre ella; seguramente el alma del anciano quedó fulminada para siempre el día que quedó destrozada su felicidad. Esa misma noche él, que hasta ese entonces jamás había sabido lo que era la intemperancia, vino aquí, a lo de Loisitchek, permaneciendo hasta el alba, atontado por el brandy barato. Y este lugar se convirtió en su refugio durante el resto de su destrozada vida. En verano dormía sobre los escombros de algún edificio en construcción, y en invierno aquí, en estos bancos de madera.

»Por un acuerdo tácito, se le conservaron sus títulos de profesor y doctor en leyes. Nadie hubiera sido capaz de reprocharle, al hasta entonces famoso erudito, su metamorfosis.

»Poco a poco, todos los granujas escondidos en la sombra del Gueto se fueron agrupando alrededor de él, y fue así que nació esta extraña comunidad que hoy todavía llamamos el "Regimiento". Los conocimientos enciclopédicos del doctor Hulbert en materia de leyes se convirtieron en la muralla de todos aquellos que la policía vigilaba más de cerca. Si algún preso liberado no encontraba trabajo y corría el riesgo de morirse de hambre, el doctor Hulbert lo enviaba de inmediato, completamente desnudo, a la Plaza de la Ciudad Vieja y el Consejo se veía obligado a suministrarle un traje. Si una prostituta sin domicilio se veía amenazada de expulsión, la hacía casar rápidamente con algún bribón con permiso de residencia en el distrito y así ella podía también quedarse. Conocía centenares de recursos de esa clase y la policía estaba impotente ante sus consejos.

»Todo lo que "ganaban" esos parias rechazados por la sociedad era escrupulosamente depositado, hasta el último kreutzer, en una caja común que hacía frente a las necesidades esenciales. Nadie se hizo culpable jamás de la menor trampa. Es posible que esta disciplina férrea haya dado el nombre de "Regimiento" a la organización.

»El l de diciembre, aniversario de la desgracia que se había abatido sobre el viejo, tenía lugar en lo de Loisitchek una ceremonia extravagante. Con las cabezas unidas se reunían alrededor de él mendigos y vagabundos, rufianes y putas, borrachos y ropavejeros; y observaban un silencio religioso, como si estuvieran en una iglesia. Entonces el doctor Hulbert, sentado en ese rincón -que hoy ocupan esos dos músicos, justo debajo del grabado que representa la coronación de su majestad el emperador-, les contaba la historia de su vida: cómo se había elevado a fuerza de estudios, cómo había obtenido su diploma de doctor en leyes y luego su nombramiento de Rector Magnificus. Pero cuando llegaba al momento en que había entrado en la habitación de su joven mujer, con un ramo de rosas en la mano, para festejar a la vez su aniversario y al mismo tiempo la hora en que le había pedido su mano, el día en que ella se había convertido en su novia, la voz le faltaba y se derrumbaba llorando sobre la mesa. Sucedía a veces que alguna ramera desvergonzada le deslizaba tímidamente una flor marchita en la mano, de manera que nadie pudiera ver el gesto.

»Durante largo tiempo los asistentes permanecían inmóviles. Demasiados duros para llorar, agachaban la cabeza, se miraban sus botas y se retorcían inconscientemente los dedos.

»Una mañana se encontró el cuerpo del doctor Hulbert sobre un banco cerca del Moldava. Creo que murió de frío. Su funeral es algo que nunca olvidaré. El "Regimiento" se había exprimido casi totalmente para que la ceremonia fuese lo más suntuosa posible. El bedel de la Universidad marchaba a la cabeza con sus atuendos de ceremonia, llevando la cadena dorada sobre un cojín carmesí y, detrás del cuerpo, hasta perderse de vista, las filas del "Regimiento", descalzos, mugrientos, andrajosos. Uno de ellos, que había vendido todo lo que poseía, se había envuelto el cuerpo con viejos periódicos.

»Fue así que le rindieron los últimos honores.

»En el cementerio, sobre su tumba, hay una piedra blanca con tres figuras esculpidas: el Salvador entre los dos ladrones. Nadie sabe quién hizo edificar el monumento, pero se murmura que fue la esposa del doctor Hulbert.

»El testamento del difunto jurisconsulto preveía un legado destinado a asegurar un plato de sopa gratuita en lo de Loisitchek a todos los miembros del "Batallón". Es por eso que hay cucharas sujetas a las mesas con cadenas, utilizándose como platos el hueco de las bandejas. A mediodía, la camarera llega y las llena de sopa con una gran bomba de hojalata; y si alguien no puede probar que es del "Regimiento", ella aspira la sopa con su instrumento.

»De esta mesa, la historia de esta peculiar costumbre dio la vuelta al mundo.»

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