La máquina de asesinar VI

"Y ya no era la diosa de la muerte, ya no era Durga. Era Venus, la Venus ardiente de pechos crueles, nacida en las olas cenagosas del Ganges. Llevaba en ella una luz de sangre que hizo retroceder la llama de las antorchas, como en las orillas el río sagrado se apagan los fúnebres resplandores de la hoguera ante el día naciente.
Y a su alrededor los cadáveres de los iniciados recobraban color de vida.
Los ojos de Saib Khan se humedecían de voluptuosidad.
-Parece un vendedor de turrones- pensaba Cristina en el fondo de su semi-coma." (La máquina de asesinar, Gaston Leroux)

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