La mujer que se estrellaba contra las puertas 2

"Todo, absolutamente todo, te convertía en una cosa o la otra. A veces resultaba agotador. Recuerdo haber pasado años exhausta, furiosa. Daba gusto saber que los chicos te deseaban pero tú no podías desearlos de vuelta. Si le sonreías a más de uno eras una ramera; si no sonreías eras una cabrona estrecha. Si le sonreías al chico equivocado, volvías a ser una ramera y te exponías a que su novia te diera una golpiza, y entonces ella sería una ramera por jalarte del pelo y tú otra por permitirlo. Los chicos podían pedirte que salieras con ellos pero tú a ellos ni de riesgo. Tenías que convencer a alguna amiga que le dejara saber al chico que te gustaba que tu dirías que sí si te lo preguntaba. También eso podía convertirte en una ramera, si escogías a la chica equivocada para que te hiciera el favor. Y luego había que lidiar con los períodos y mantenerlos en secreto y no mencionarlos nunca y asegurarte de que nadie se enterara y revisarte muy bien, hasta estar segura de que no despedías ningún olor y - día tras día- esperar hasta que el inodoro soltara por completo y el agua volviera a estar limpia y, Señor Mío Jesucristo, si te equivocabas una sola vez, eras una ramera.
-Ramera.
Mi hermano pequeño.
-Ramera.
Mi padre.
Todo el mundo. Todos estaban pendientes."

(La Mujer que se estrellaba contra las puerta, Roddy Doyle)

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